Hugo, tras ser captado en su juventud, tras alcanzar
el grado de teniente de la Guardia Civil se
convierte en asesor en materia terrorista, en ex
teniente, en ex agente del Ministerio del Interior,
en un eterno sospechoso en su atracción por vivir
al límite que, como aventurero osado, se infiltra
y sumerge como topo-espía en el submundo organizado.
Eduardo y Lorenzo, dos estudiantes de Derecho,
utilizando autostop como medio de transporte,
deciden disfrutar unas vacaciones veraniegas
en la vecina France, aprovechando para visitar a
unas amigas comunes con las que pasar unos
días, tanto en las costas de Bretagne como en París,
además de entrevistarse con Alain, amigo de
Eduardo, hombre cercano a un mundo marginal
donde se desarrollan asuntos tan turbios que, con
el andar del tiempo, y en el día a día, los problemas
que surgen a su alrededor no se solucionan
en el Juzgado, sino que se arreglaban de manera
colateral.
Años más tarde, Eduardo, licenciado en Derecho,
en plena preparación de oposiciones a
judicatura, emprende viaje a Paris donde vive de
lleno parte de la primavera de 1968 con una intensidad inigualable, todo algarabía, todo reproche,
a toque de contraseñas arrolladoras e intrépidas
contra el sistema, momento en que conoció a una
estudiante llamada Sibylle.
Lorenzo consigue formar parte del Cuerpo Superior
de Abogados del Estado. Y mientras Sibylle
se prepara para ser azafata de aire, Eduardo
cambia la preparación de las primeras oposiciones
por otras para conseguir una plaza en la Escuela
Diplomática, momento en que deciden convivir
antes de fraguarse una separación dolorosa,
tras la cual, y meses después, Sibylle dio a luz a
una niña, además de conocer a otros hombres y
casarse con uno de ellos.