Si deambulamos unos años por el mundo podremos ejercer de taxónomos emocionales e hipotetizar que hay seres animados, seres inanimados y seres sintientes. Sentir es una actitud en/frente/con la vida y su unidad de medida y valor es el sentimiento. La poesía, siendo un ser aparentemente inanimado, es un ser sintiente formado de ánima, de múltiples ánimas. La poeta decide, entonces, ser/sentir otras vidas para entender la propia: la vida poética. Más allá del «sapiens» elige ser/sentirse ave y árbol, hallarse en una existencia anterior a la propia pues en ella ha de residir el origen del sentimiento. Para ejercer este compromiso vital debe ubicarse en otros cuerpos y somatizar su sistema sensorial, empatizar: sentir/ser como otros. Se asomará a vistas divergentes y aprehenderá dispares caricias, le serán oíbles atmósferas desiguales o rastreará fragancias diversas. Sin duda entrará en desemejantes paladares a pesar del trance. ( ) El riesgo que asume es alto, el riesgo de sentir es vertiginoso y, a pesar de exposición, está dispuesta a cortar alambre, a cortar al hambre. Acepta habitar otras gargantas, sufrir la misma inanición de un silencio desnutrido de llanto. Y, a partir de aquí, levantarse y proclamar la resiliencia. (Fragmento del prólogo de Raúl Alcanduerca a Somos rama / Amar somos)