Una mujer en plena madurez busca en los recuerdos -los días de escuela, el ambiente familiar, los juegos, las actividades de la adolescencia...- las huellas de su personalidad. Acepta las pérdidas y las ganancias que comporta el paso del tiempo. Sabe distinguir qué se le puede pedir a la vida y qué no. Ha aprendido a sacarse las castañas del fuego. Asume la ausencia de los que faltan. No cree en el valor absoluto del amor, aunque le concede una última oportunidad. Conoce los anhelos y temores de otras mujeres. Conserva el aliento de la ironía. Y encuentra en la soledad el impulso para seguir creciendo.