Emprender la práctica del yoga puede significar dejar atrás todo un mundo de apariencias. El desafío es ése, y depende de nuestra capacidad de aceptar la posibilidad de una transformación radical. El primer paso de este viaje es tan sólo la antesala de un sinfín de descubrimientos interiores.
Mientras la conciencia resplandece en su propio y auténtico esplendor, el que ve mora más allá de lo visto. El que ve se hace visión. El que ve es el testigo de la experiencia. Y el testigo no es otro que el yogui emprendedor que aprende de los momentos compartidos con otros aprendices y alumnos.
El yogui colecciona anécdotas asignándoles un sentido, haciendo de ellas la llave de su propia transformación. Así aspira a convertirse en sabio. Esa es su insobornable meta, el anhelo que late en el centro de su pecho, la visión que despunta al otro lado de un horizonte de asanas ya casi sobrepasado.
