Ya desde muy pequeño, Antoni Gaudà fue un rebelde. No le gustaba que le llevaran la contraria y siempre se salÃa con la suya. El taller de su padre, que trabajaba haciendo largos y retorcidos tubos de cobre, le impresionó tanto que desde entonces no dejó de imaginar edificios imposibles en donde las columnas estaban inclinadas y los techos parecÃan animales extraños. Se estaba forjando uno de los brillantes arquitectos, y Barcelona serÃa el escenario principal de sus fantasÃas.