La ultra-ultra derecha, el conflicto catalán, las fake news, el toro de Osborne y las rotondas. Desde la muerte de Franco no hemos levantado cabeza. España duele y nada se puede hacer al respecto.
Cuatro personajes arquetípicos del acervo español confluyen en un pueblo cualquiera de la España profunda. Un guardia civil, un músico fracasado, una matriarca gitana y un parroquiano de bar son observados por un invisible demiurgo en sus particulares micromundos, dejando en evidencia su mezquindad, su ternura, su desfachatez.
Son cuatro representantes del carácter español muy español, esa entelequia de quiero-y-no-puedo, ese vivir sin vivir en sí. Dicen que Franco murió -y hasta se le enterró-, pero según se lee la actualidad en los medios, no parece que haya cambiado mucho desde aquel día triunfal de noviembre de 1975. Mucho podía haber ocurrido y -casi- nada pasó, porque, y hay que decirlo más: emosido engañado.
He aquí un cuadro esperpéntico de la sociedad española de provincias (que sin duda alguna es la misma que la de ciudad), a medio camino entre una película de Berlanga y un videoclip de Chiquetete. España no tiene remedio. Ni falta que le hace.
