El autor tiene una pequeña viña -un perdido, dicen en el terreno- entre los límites de Fuensaldaña y Mucientes. Con ayuda esencial construyó una mesa de tablones recios bajo un almendro. Desde allí mira el paisaje. Los días que puede hace el camino para ver florecer los almendros, cuidar las cepas, merendar y guardar silencio. Sus amigos van cuando les place. Viven todos a merced de las estaciones, mecidos por los cambios, esperando el momento secreto en el que, por un instante, se pare el tiempo.