Octubre de 1973. Mientras el régimen agoniza, Gregorio Monsanto emprende los estudios de leyes sin convicción alguna, movido tan solo por el deseo de corresponder a los sacrificios de sus padres. Durante las clases, sus miradas se posan una y otra vez sobre el majestuoso ginkgo que preside el Jardín Botánico de la Universidad donde estudia (o finge estudiar).
El cierre indefinido de la Universidad, primero, y el encuentro de Gregorio con Max, un agitador político, después, cambiarán sus apacibles hábitos de paseante solitario para arrojarle a una vorágine de acontecimientos inesperados, con la literatura, el cine y el erotismo como paisaje de fondo. Monsanto acepta participar en el juego que Max, su alter ego, le propone, un juego de espejos donde nada es lo que parece. El amor entrará luego en escena, a través de la pasión convulsa por Kate, una artista desarraigada que acabará abandonando a Gregorio. Será el momento de volver al Jardín del ginkgo, para buscar allí una respuesta.
La voz del protagonista nos guía a través de un mundo a veces onírico y claustrofóbico, aunque el lector nunca sabe si puede confiar en la veracidad de un narrador en primera persona que actúa como oyente de las confidencias de unos y otros personajes, sin desvelar hasta el final su secreta identidad.
