Se habla mucho de los valores en la vida corriente, en las empresas, en las escuelas, en la política, en la economía, etcétera acaso porque no nos regimos por ellos, porque no somos conscientes de su importancia o porque no nos hemos puesto a pensar sobre cuáles de ellos son prioritarios. Y más aún: porque la acción basada en valores nos obliga a ser coherentes e, incluso, nos podría llevar a cuestionar una buena parte de nuestras actitudes más corrientes. Los valores son el asiento de la conciencia personal. Es decir, regirse por valores requiere de un propósito consciente, de una apuesta por la coherencia y las consecuencias a que ello debe dar lugar: convertirnos en personas íntegras e insobornables.