Santatecla ha sabido coaligar sus dos pasiones: poesía y cine, cine y poesía, con una riqueza léxica tan infrecuente como llamativa. La rotundidad de las metáforas nos permite visualizar el poema como una película, desdibujando los límites entre verso y plano en un juego novedoso y eficaz para meternos en la escena. El año de la grava es un viaje en busca de la propia identidad, una voz singular de la que reconocemos ecos de Niño mudo, aunque representa una "metamorfosis" en la que su "yo poético" muda la piel y se renueva.