Mayo de 1952. En Barcelona se celebra el Congreso Eucarístico, la ciudad se convierte en el foco del mundo y la vida empieza a tomar otro color con el fin de las cartillas de racionamiento, la apertura de las cárceles franquistas y la atenuación de las restricciones. Barcelona hierve de fervor religioso: Franco, personalidades de todos los ámbitos, el enviado del papa y miles de sacerdotes, monjas y católicos llegan en coche, tren, barco o avión de todas partes del mundo. En ese contexto, el rector de un convento llama al detective David Fortuny para pedirle ayuda: tres sacerdotes se han suicidado con apenas unos días de diferencia. Miquel Mascarell sabe que «sacerdotes» y «suicidio» son dos palabras que no encajan, y más siendo tres, sin que tuvieran contacto entre sí...