Es un libro que sorprende por su frescura y espontaneidad. En sus historias he vuelto a descubrir en Ramón Jiménez un estilo peculiar, kafkiano a veces, profundo siempre, iconoclasta cuando se le antoja, e irreverente de vez en cuando.
Se trata de una obra independiente, que lleva a los lectores al encuentro de la sorpresa. El autor recurre al doble sentido y a un permanente juego con el lenguaje. Alterna un realismo directo con otro mágico, hasta con surrealismo, siempre acompañado de humor, a veces con pinceladas negras, al que añade ternura y fantasía. Aplica a su literatura las mismas técnicas que a su afición al origami o papiroflexia, consiguiendo mil dobleces, pliegues, repliegues, aristas y nuevos significados de las palabras.